Dulce Amor / Kinder - Guardería

miércoles, 22 de junio de 2011

32º mes - Pequeños Karatekas

 

Para los chicos la agresión es una forma de conocerse y establecer relaciones.

Yo soy yo

En ciertos periodos de su desarrollo, el niño responde a menudo con agresividad a las exigencias de su ambiente. Alrededor de los 2 años, "NO" es el término clave de sus cóleras y escenas. Un poco después, a los 3 años, refuerza sus rabietas con golpes y patadas.

Estas reacciones no son signo de un carácter difícil: aparecen cada vez que debe superar una etapa importante de su evolución. Sus rabietas, sus peleas y sus negativas muestran una personalidad que busca expresarse y hallar su lugar. En este sentido, la agresividad es un signo de buena salud.

Los niños suelen manifestarse con conductas agresivas frente a cambios en el entorno, por ejemplo, la llegada de un hermanito.
Sin embargo, si la agresividad se vuelve habitual podría expresar un trastorno afectivo. En ese caso, es una señal de alerta para los padres. Es necesario darse cuenta de que no se siente bien y buscar el porqué ¿Reaccionan los papás con demasiada severidad? ¿El chico quiere llamar la atención de una mamá "distraída" o de un papá "demasiado ocupado"? ¿Es celoso?...

Tal vez un chico agresivo haya tenido poca oportunidad de acostumbrarse a otros niños, e imagina que son amenazadores y peligrosos para él. También puede ocurrir que esté celoso del hermanito recién nacido y descargue su miendo y resentimiento sobre otros niños pequeños, como si fueran sus competidores. Un psicólogo infantil estará en condiciones de solucionar el problema si las causas y la solución no son tan evidentes.
AMIGOS a los golpes

Una de las edades más vulnerables a los cambios se ubica entre el segundo y tercer año de vida: comienza la organización y estructuración del lenguaje y el pensamiento.
Casi todos estos niños tienen estallidos temperamentales: han adquirido sentido de sus propios deseos e individualidad. Sobreviene un período en el que el pequeño se muestra desafiantes intenta afirmar su independencia recién descubierta.

Entre los chiquitos se plantean peleas y agresiones que son normales y naturales: es necesario que los conflictos existan para aprender a resolverlos. Estos enfrentamientos aparecen como algo natural al integrarse a un grupo: suelen resolverse a través de la agresión física o verbal.

En un niño, la actitud agresiva puede traducir un deseo de entablar una relación: la disputa es una forma de relación. Todos conocemos amiguitos inseparables que se pelean todo el tiempo. El lenguaje corporal es muy vivo en esta etapa y la pelea tiene a menudo ese aspecto positivo de diálogo algo violento.
Entre el permiso y el límite

Es preciso que los padres sepan enfrentar positivamente esos pequeños conflictos y los aprovechen en beneficio de la educación. Ciertos adultos no soportan las disputas infantiles. Una actitud represiva, reprobadora o dramatizadora no ayuda a los niños y pueden agravar las cosas: las peleas infantiles, en general, se resuelven rápidamente.

¿Cómo actuar eficazmente para ayudar a los niños a canalizar sus impulsos agresivos? En cierto sentido, el comportamiento agresivo es una pulsión de vida. Prohibir la agresión difiere su manifestación e indirectamente la refuerza. Si los chicos son castigados sin distinción cada vez que se pelean o se pegan, tenderán a resolver el conflicto a escondidas del adulto: con una tensión igual no arregla las cosas. Querer hacer justicia a todo precio, incluso cuando no se conoce el origen del conflicto, conduce a injusticias que lo agravarán. Forzar a darse un beso cuando no lo sienten, es algo falso e inútil.

Por otro lado, aceptar la agresión es brindar respuestas, es otra forma de reforzarla: el niño agresivo está demandando límites que lo contengan. Los padres deben dilucidar el mensaje que encierran estas conductas y propiciar la evolución de sus aspectos positivos. Los negativos deberán hallar ocasiones para su liberación: hay que encauzarlos, no desconocerlos ni reprimirlos.

Muchos niños a los que se considera "agresivos" no han encontrado todavía otros medios para expresar su necesidad de afecto y de contacto. Con una actitud paciente y comprensiva se los puede ayudar a encontrar otros modelos de relación. En el diálogo con ellos debemos interesarnos por la causa del conflicto y no por los protagonistas.

Que la agresión física no debe ser siempre impedida, pero sí enmarcada dentro de consignas inamovibles: "no se puede lastimar, no hacer sufrir". La agresión es una respuesta natural, muchas veces necesaria en una etapa del crecimiento: los niños solos saben manejarla y preservarse. No nos asustemos.

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