Los niños perciben el castigo físico
(cachete, bofetada...) como una pérdida de control. Los gritos y humillaciones
tampoco sirven para nada. Para modificar la conducta del niño, los padres
debemos establecer normas y límites con anterioridad, reprobar su mal
comportamiento de forma inmediata y castigarles de forma proporcional a la
falta, por ejemplo, perdiendo privilegios.
El castigo físico (sea tunda,
bofetada, o flagelación) NO SIRVE PARA NADA. El mensaje que recibe el niño es
el siguiente: “Los adultos también pierden el control y se ponen muy
desagradables”.
También aprende que es permitido
pegar a otros (especialmente si son más débiles). Él también considerará permitido
recurrir a la violencia.
Los castigos de otro tipo
tienen alguna ventaja para la educación de los niños, pero también tienen sus
limitaciones. Por ejemplo, nunca debe castigarse a un niño con insultos ni
humillaciones. Ni en público ni en privado. La autoestima del niño se debe preservar ante
todo. De ese modo, el niño absorberá mucho mejor la educación que le queramos
inculcar.
Se puede castigar la conducta,
pero dejando claro que se sigue amando al niño. Los castigos deben ser
proporcionales a la falta (y siempre con tendencia a la benevolencia). Los
castigos deben tener como finalidad ayudar a comprender al niño que determinada
actitud no es aceptable. Si están dirigidos a este fin, los castigos cumplen
una función educativa.
Conviene que sean inmediatos
para que el niño relacione la falta con su consecuencia. El niño debe tener
clara cuál era la norma que ha incumplido. No se debe castigar ni reprender si
no había una norma previa. Si el niño no comprende por qué se le castiga, el
castigo no tendrá ningún efecto en la educación del niño y servirá tan solo
para asustarle.
Se deben considerar las
circunstancias “atenuantes” para el niño. Estar cansado, estar enfermo, en un
contexto extraño, con otro cuidador... Los niños de 1 a 2 años apenas
comprenden como se sienten, por ello en general, durante esta etapa, es
preferible que los padres sean tolerantes en la educación de los niños y se
vuelquen en ayudarles a comprender la necesidad de ciertas normas de conducta.
Cuando los padres sientan que
han sido injustos con el niño, que han sido demasiado severos con él debido a
situaciones ajenas a su voluntad (estar cansados, tensos por otro motivo,...),
pueden y deben pedir perdón al niño, explicándole su error. El niño no
percibirá esto como un acto de debilidad, sino que se sentirá protegido y eso
favorecerá enormemente su educación.
Para el niño será un
aprendizaje importantsimo descubrir que:
- Sus padres se pueden
equivocar.
- Se puede pedir perdón.
- Sigue siendo amado y
respetado como persona por sus padres.
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